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Publicado
en 1946, este ensayo de Orwell es un clásico del pensamiento político y
la literatura del siglo XX. Poco traducido por sus dificultades
intrínsecas, lo presentamos a los lectores en una nueva y luminosa
versión de Alberto Supelano.
La mayoría de las personas que de algún modo se
preocupan por el tema admitiría que el lenguaje va por mal camino, pero
por lo general suponen que no podemos hacer nada para remediarlo
mediante la acción consciente. Nuestra civilización está en decadencia y
nuestro lenguaje -así se argumenta- debe compartir inevitablemente el
derrumbe general. Se sigue que toda lucha contra el abuso del lenguaje
es un arcaísmo sentimental, así como cuando se prefieren las velas a la
luz eléctrica o los cabriolés a los aeroplanos. Esto lleva implícita la
creencia semiconsciente de que el lenguaje es un desarrollo natural y no
un instrumento al que damos forma para nuestros propios propósitos.
Ahora bien, es claro que la decadencia de un
lenguaje debe tener, en últimas, causas políticas y económicas: no se
debe simplemente a la mala influencia de este o aquel escritor. Pero un
efecto se puede convertir en causa, reforzar la causa original y
producir el mismo efecto de manera más intensa, y así sucesivamente. Un
hombre puede beber porque piensa que es un fracasado, y luego fracasar
por completo debido a que bebe. Algo semejante está sucediendo con el
lenguaje inglés. Se ha vuelto tosco e impreciso porque nuestros
pensamientos son disparatados, pero la dejadez de nuestro lenguaje hace
más fácil que pensemos disparates. El punto es que el proceso es
reversible. El inglés moderno, en especial el inglés escrito, está
plagado de malos hábitos que se difunden por imitación y que podemos
evitar si estamos dispuestos a tomarnos la molestia. Si nos liberamos de
estos hábitos podemos pensar con más claridad, y pensar con claridad es
un primer paso hacia la regeneración política: de modo que la lucha
contra el mal inglés no es una preocupación frívola y exclusiva de los
escritores profesionales. Volveré sobre esto y espero que, en ese
momento, sea más claro el significado de lo que he dicho hasta aquí.
Entre tanto, he aquí cinco especimenes del lenguaje inglés tal como se
escribe habitualmente.
No elegí estos cinco pasajes porque fueran
especialmente malos -podría haber citado otros mucho peores si lo
hubiese querido- sino porque ilustran algunos de los vicios mentales que
hoy padecemos. Están un poco por debajo del promedio, pero son ejemplos
bastante representativos. Los numero para que pueda remitirme a ellos
cuando sea necesario:
1. De hecho, no estoy seguro de que no sea válido
decir que el Milton que alguna vez parecía no ser diferente de un
Shelley del siglo XVII no se convirtiera, a partir de una experiencia
siempre más amarga cada año, más ajena [sic] al fundador de esa secta
jesuita que nada podía inducirlo a to lerar (Harold Laski, Ensayo sobre
la libertad de expresión).
2. Por encima de todo, no podemos hacer saltar una
piedra sobre el agua con una batería nativa de modismos que prescribe
tolerar colocaciones egregias de vocablos como las del inglés básico
"dejar que pase" en vez de "tolerar" o "dejar perdido" en vez de
"desconcertar" (Profesor Lancelot Hogben, Interglossia).
3. Por una parte, tenemos la libre personalidad:
por definición ésta no es neurótica, pues no tiene conflictos ni sueños.
Sus deseos, tal como son, son transparentes, pues son justamente lo que
la aprobación institucional mantiene en el primer plano de la
conciencia; otro modelo institucional alteraría su número e intensidad;
hay poco en ellos que sea natural, irreducible o culturalmente
peligroso. Pero, por otra parte, el vínculo social no es más que el
reflejo mutuo de estas integridades autoprotegidas. Recordemos la
definición de amor. ¿No es éste el retrato de un académico menor? ¿Dónde
hay lugar en esta sala de espejos para la personalidad o la
fraternidad? (Ensayo sobre la psicología en la política, Nueva York).
4. Todas las "excelentes personas" de los clubes de
caballeros, y todos los capitanes fascistas frenéticos, unidos en su
odio común al socialismo y en el horror bestial a la marea creciente del
movimiento de masas revolucionario, han recurrido a acciones
provocadoras, a discursos incendiarios, a leyendas medievales de pozos
envenenados, para legalizar la destrucción de las organizaciones
proletarias, y para despertar en la pequeña burguesía agitada el fervor
chauvinista en nombre de la lucha contra la salida revolucionaria de la
crisis (Panfleto comunista).
5. Para infundir un nuevo espíritu en este vetusto
país, hay que abordar una reforma espinosa y contenciosa, la de la
humanización y la galvanización de la bbc. Aquí, la timidez revelará el
cáncer y la atrofia del alma. El corazón de Gran Bretaña puede estar
sano y latir con fuerza, por ejemplo, pero el rugido del león británico
es, en el presente, como el de Berbiquí en Sueño de una noche de verano
de Shakespeare, tan gentil como el arrullo de una paloma. La nueva Gran
Bretaña viril no se puede seguir traduciendo indefinidamente a los ojos
o, mejor, a los oídos del mundo mediante las languideces estériles de
Langham Palace, disfrazadas desvergonzadamente de "inglés estándar".
¡Cuando la Voz de Gran Bretaña se escucha a las 9 en punto, es de lejos
mejor e infinitamente menos ridículo escuchar haches pronunciadas
honestamente que los actuales sonsonetes melifluos, afectados, inflados e
inhibidos de esas doncellas virginales que murmuran tímidamente "¡Yo no
fui!" (De una carta al Tribune).
Cada uno de estos pasajes tiene faltas propias,
pero, además de la fealdad evitable, tienen dos cualidades comunes. La
primera, las imágenes trilladas; la segunda, la falta de precisión. El
escritor tiene un significado y no puede expresarlo, o dice
inadvertidamente otra cosa, o le es casi indiferente que sus palabras
tengan o no significado. Esta mezcla de vaguedad y clara incompetencia
es la característica más notoria de la prosa inglesa moderna, y en
particular de toda clase de escritos políticos. Tan pronto se tocan
ciertos temas, lo concreto se disuelve en lo abstracto y nadie parece
capaz de emplear giros del lenguaje que no sean trillados: la prosa
emplea menos y menos palabras elegidas a causa de su significado, y más y
más expresiones unidas como las secciones de un gallinero prefabricado.
A continuación enumero, con notas y ejemplos, algunos de los trucos
mediante los que se acostumbra evadir la tarea de componer la prosa:
Metáforas moribundas. Una metáfora que se acaba de
inventar ayuda al pensamiento evocando una imagen visual, mientras que
una metáfora técnicamente "muerta" (por ejemplo, "una férrea
determinación") se ha convertido en un giro ordinario y por lo general
se puede usar sin pérdida de vivacidad. Pero entre estas dos clases hay
un enorme basurero de metáforas gastadas que han perdido todo poder
evocador y que se usan tan sólo porque evitan a las personas el problema
de inventar sus propias frases. Veamos algunos ejemplos: "doblar las
campanas por", "blandir el garrote", "mantener a raya", "pisotear los
derechos ajenos", "marchar hombro a hombro", "hacerle la jugada a", "no
casar pelea", "echar grano al molino", "pescar en río revuelto", "al
orden del día", "el talón de Aquiles", "canto del cisne", "estercolero".
Muchas de ellas se usan sin saber su significado (¿qué es una "fisura",
por ejemplo?) y muchas veces se mezclan metáforas incompatibles, un
signo seguro de que el escritor no está interesado en lo que dice.
Algunas metáforas que hoy son comunes se han alejado de su significado
original sin que quienes las usan sean conscientes de ese hecho. Por
ejemplo, "mantener a raya" a veces se confunde con "trazar la raya".
Otro ejemplo es el del martillo y el yunque, que hoy siempre se usa con
la implicación de que el yunque recibe la peor parte. En la vida real es
siempre el yunque el que rompe el martillo, nunca al contrario: un
escritor que se detuviese a pensar en lo que está diciendo evitaría
pervertir la expresión original.
Operadores o extensiones verbales falsas. Éstas
evitan el problema de elegir los verbos y sustantivos apropiados, y al
mismo tiempo atiborran cada oración con sílabas adicionales que le dan
una apariencia de simetría. Algunas expresiones características son
"volver no operativo", "militar contra", "hacer contacto con", "estar
sujeto a", "dar lugar a", "dar pie a", "tener el efecto de", "cumplir un
papel (rol) principal en", "hacerse sentir", "surtir efecto", "exhibir
la tendencia a", "servir el propósito de", etc. El principio básico es
eliminar los verbos simples. En vez de una sola palabra, como romper,
detener, despojar, remendar, matar, un verbo se convierte en una frase,
formada por un sustantivo o un adjetivo unido a un verbo de propósito
general, como resultar, servir, formar, desempeñar, volver. Además,
dondequiera que es posible, se prefiere usar la voz pasiva a la voz
activa, y construcciones sustantivadas en vez de gerundios ("mediante el
examen" en vez de "examinando"). La gama de verbos se restringe aún más
usando formas verbales que terminan en "izar" o empiezan con "des", y
se da a las afirmaciones triviales una apariencia de profundidad
empleando expresiones que empiezan por "no" en vez de usar el prefijo
"in", como "no fundado" en vez de "infundado". Las conjunciones y
preposiciones simples se sustituyen por expresiones tales como "con
respecto a", "teniendo en consideración que", "el hecho de que", "a
fuerza de", "en vista de", "en interés de", "de acuerdo con la hipótesis
según la cual"; y se evita terminar las oraciones con un anticlímax
mediante lugares comunes tan resonantes como "tan deseado", "no se puede
dejar de tener en cuenta", "un desarrollo que se espera en el futuro
cercano", "merecedor de seria consideración", "llevado a una conclusión
satisfactoria", etcétera.
Dicción pretenciosa. Palabras como fenómeno,
elemento, individual (como sustantivo), objetivo, categórico, efectivo,
virtual, básico, primario, promover, constituir, exhibir, explotar,
utilizar, eliminar, liquidar, se usan para adornar una afirmación simple
y dar un tono de imparcialidad científica a juicios sesgados. Adjetivos
como epocal*, épico, histórico, inolvidable, triunfante, antiguo,
inevitable, inexorable, verdadero, se usan para dignificar el sórdido
proceso de la política internacional, mientras que los escritos que
glorifican la guerra adoptan un tono arcaico, y sus palabras
características son: dominio, trono, carroza, mano armada, tridente,
espada, escudo, coraza, bota militar, clarín. Se usan palabras y
expresiones extranjeras, como "cul de sac", "ancien régime", "deus ex
machina", "mutatis mutandis", "statu quo", "Gleichschaltung",
"Weltanschauung" para dar un aire de cultura y elegancia. Salvo las
abreviaturas útiles "i. e.", "e. g.", y "etc.", no hay ninguna necesidad
real de tantos centenares de locuciones extranjeras que hoy son
corrientes en el lenguaje inglés. Los malos escritores, en especial los
escritores científicos, políticos y sociológicos, casi siempre están
obsesionados por la idea de que las palabras latinas o griegas son más
grandiosas que las sajonas, y palabras innecesarias como expedito,
mejorar, predecir, extrínseco, desarraigado, clandestino, subacuático y
otros cientos más ganan terreno sobre las anglosajonas. La jerga
peculiar de los escritos marxistas (hiena, verdugo, caníbal, pequeño
burgués, estos hidalgos, lacayo, adulador, perro rabioso, guardia
blanco, etc.) está integrada por palabras traducidas del ruso, el alemán
o el francés; pero la manera normal de acuñar una nueva palabra es usar
la raíz latina o griega con la partícula apropiada y, donde sea
necesario, el sufijo de tamaño. A menudo es más fácil formar palabras de
esta clase (desregionalizar, impermisible, extramarital, no
fragmentario, etc.) que pensar palabras inglesas que tengan ese
significado. En general, el resultado es un aumento de la dejadez y la
vaguedad.
Palabras sin sentido. En ciertos escritos, en
particular los de crítica de arte y de crítica literaria, es normal
encontrar largos pasajes que carecen casi totalmente de significado.
Palabras como romántico, plástico, valores, humano, muerto, sentimental,
natural, vitalidad, tal como se usan en crítica de arte, son
estrictamente un sinsentido, por cuanto no sólo no señalan un objeto que
se pueda descubrir, sino que ni siquiera se espera que el lector lo
descubra. Cuando un crítico escribe "El rasgo sobresaliente de la obra
del señor x es su cualidad vital", mientras que otro escribe "Lo que
atrae de inmediato la atención en la obra del señor x es su tono
mortecino peculiar", el lector acepta esto como una simple diferencia de
opinión. Si se emplearan palabras como "negro" y "blanco", en vez de
los términos de jerga "vida" y "muerte", se vería en seguida que el
lenguaje se está usando de manera impropia. Se abusa asimismo de muchos
términos políticos. El término fascismo hoy no tiene ningún significado
excepto en cuanto significa "algo no deseable". Las palabras democracia,
socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia tienen varios
significados diferentes que no se pueden reconciliar entre sí. En el
caso de una palabra como democracia, no sólo no hay una definición
aceptada sino que el esfuerzo por encontrarle una choca con la oposición
de todos los bandos. Se piensa casi universalmente que cuando llamamos
democrático a un país lo estamos elogiando; por ello, los defensores de
cualquier tipo de régimen pretenden que es una democracia, y temen que
tengan que dejar de usar esa palabra si se le da un significado. A
menudo se emplean palabras de este tipo en forma deliberadamente
deshonesta. Es decir, la persona que las usa tiene su propia definición
privada, pero permite que su oyente piense que quiere decir algo
bastante diferente. Declaraciones como "El mariscal Petain era un
verdadero patriota", "La prensa soviética es la más libre del mundo", "
La Iglesia católica se opone a la persecución" casi siempre tienen la
intención de engañar. Otras palabras que se emplean con significados
variables, en la mayoría de los casos con mayor o menor deshonestidad
son: clase, totalitario, ciencia, progresista, reaccionario, burgués,
igualdad.
Después de haber expuesto este catálogo de estafas y
perversiones, permítanme dar otro ejemplo del tipo de escritura que
lleva a ellas. Esta vez su naturaleza debe ser imaginaria. Voy a
traducir un pasaje de buen inglés en inglés moderno de la peor especie.
He aquí un verso muy conocido del Eclesiastés:
Retorné y vi que bajo el sol la carrera no es de
los veloces, ni la batalla de los fuertes, ni el pan para el sabio, ni
las riquezas para los hombres de conocimiento, ni el favor para los
capaces; sino que el tiempo y la oportunidad acontecen a todos ellos.
Helo aquí en inglés moderno:
Las consideraciones objetivas de los fenómenos
contemporáneos obligan a concluir que el éxito o el fracaso en las
actividades competitivas no exhibe ninguna tendencia conmensurable con
la capacidad innata, sino que es un notable elemento de que lo
imprevisible debe tenerse invariablemente en cuenta.
Ésta es una parodia, pero no muy tosca. El numeral
3, por ejemplo, contiene varios retazos de ese mismo tipo de inglés.
Verán que no hice una traducción completa. El principio y el final de la
frase siguen el sentido original muy de cerca, pero en el medio las
ilustraciones concretas -carrera, batalla, pan- se disuelven en
expresiones vagas como "éxito o fracaso en las actividades
competitivas". Esto tenía que ser así, porque ninguno de los escritores
modernos que estoy examinando -ninguno capaz de usar frases como "las
consideraciones objetivas de los fenómenos contemporáneos"- expresaría
sus pensamientos en esa forma tan precisa y detallada. La tendencia
general de la prosa moderna es alejarse de la concreción. Ahora
analicemos estas dos oraciones un poco más de cerca. La primera consta
de 51 palabras y sólo 86 sílabas, y todas sus palabras se usan en la
vida cotidiana. La segunda consta de 44 palabras y 108 sílabas: muchas
de ellas tienen raíz latina y algunas griega. La primera frase contiene
seis imágenes vívidas, y sólo una expresión ("tiempo y oportunidad") que
se puede llamar vaga. La segunda no contiene ni una sola expresión
fresca, llamativa, y a pesar de sus más de 100 sílabas sólo da una
versión recortada del significado de la primera. Y es sin una duda el
segundo tipo de expresiones el que está ganando terreno en el inglés
moderno. No quiero exagerar. Este tipo de escritura no es aún universal,
y los brotes de simplicidad aparecen aquí y allá en la página peor
escrita. Sin embargo, si a usted o a mí nos pidieran que escribiéramos
unas líneas sobre la incertidumbre del destino humano, es probable que
estuviéramos más cerca de mi frase imaginaria que del Eclesiastés. Como
he intentado mostrar, lo peor de la escritura moderna no consiste en
elegir las palabras a causa de su significado e inventar imágenes para
hacer más claro el significado. Consiste en pegar largas tiras de
palabras cuyo orden ya fijó algún otro, y hacer presentables los
resultados mediante una trampa. El atractivo de esta forma de escritura
es que es fácil. Es más fácil -y aun más rápido, una vez se tiene el
hábito- decir "En mi opinión no es un supuesto injustificable" que decir
"Pienso". Si usted usa frases hechas, no sólo no tiene que buscar las
palabras; tampoco se debe preocupar por el ritmo de las oraciones,
puesto que por lo general ya tienen un orden más o menos eufónico.
Cuando se redacta de prisa -cuando se dicta a un taquígrafo, por
ejemplo, o se hace un discurso público- es natural caer en un estilo
latinizado y pretencioso. Muletillas como "una consideración que debemos
tener en mente" o "una conclusión con la que todos estaríamos de
acuerdo" ahorran a muchos una expresión cuya construcción les produciría
un síncope. El empleo de metáforas, símiles y modismos trillados ahorra
mucho esfuerzo mental, a costa de que el significado sea vago, no sólo
para el lector sino también para el que escribe. Ésta es la importancia
de la mezcla de metáforas. El único fin de una metáfora es evocar una
imagen visual. Cuando estas imágenes chocan -como "El pulpo fascista
cantó la canción del cisne", "la bota militar fue arrojada al crisol"-
se puede dar por cierto que el autor no está viendo la imagen mental de
los objetos que está nombrando; en otras palabras, que no está pensando
realmente. Veamos de nuevo los ejemplos que presenté al comienzo de este
ensayo. El profesor Laski (1) usa cinco negativos en 54 palabras. Uno
de éstos es superfluo y quita sentido a todo el pasaje, y además hay un
desliz -ajeno por afín- que agrava el sinsentido, y varias muestras
evitables de torpeza que aumentan la vaguedad general. El profesor
Hogben (2) hace saltar una piedra en el agua con una batería capaz de
prescribir reglas, y, al tiempo que desaprueba la expresión cotidiana
que utiliza, no está dispuesto a buscar "egregio" en el diccionario para
ver qué significa; (3), si se adopta una actitud poco caritativa,
simplemente carece de sentido: tal vez se podría desentrañar su
significado intencional leyendo todo el artículo en el que aparece. En
(4) el autor sabe más o menos lo que quiere decir, pero la acumulación
de frases trilladas ahoga el sentido como la hojas de té obstruyen un
lavaplatos. En (5) las palabras y el significado casi no guardan
relación. La gente que escribe de esta manera manifiesta un significado
emocional general -detesta una cosa y quiere expresar solidaridad con
otra- pero no está interesada en los detalles de lo que está diciendo.
En cada oración que escribe, un escritor cuidadoso se hace al menos
cuatro preguntas, a saber:
¿Qué intento decir?
¿Qué palabras lo expresan?
¿Qué imagen o modismo lo hace más claro?
¿Esta imagen es suficientemente nueva para producir efecto?
Y quizá se haga dos más:
¿Puedo ser más breve?
¿Dije algo evitablemente feo?
Pero usted no está obligado a encarar todo este
problema. Puede evadirlo dejando la mente abierta y permitiendo que las
frases hechas lleguen y se agolpen. Ellas construirán las oraciones por
usted -y, hasta cierto punto, incluso pensarán sus pensamientos por
usted- y si es necesario le prestarán el importante servicio de ocultar
parcialmente su significado, aun para usted mismo. A estas alturas, la
conexión especial entre política y degradación del lenguaje se torna
clara.
En nuestra época es una verdad general que los
escritos políticos son malos escritos. Cuando no es así, el escritor es
algún rebelde que expresa sus opiniones privadas y no la "línea del
partido". La ortodoxia, cualquiera que sea su color, parece exigir un
estilo imitativo y sin vida. Los dialectos políticos que aparecen en
panfletos, artículos editoriales, manifiestos, libros blancos y
discursos de los subsecretarios varían, por supuesto, entre un partido y
otro, pero todos se asemejan en que casi nunca emplean giros de
lenguaje nuevos, vívidos, hechos en casa. Cuando un escritorzuelo repite
mecánicamente frases trilladas en la tribuna -"bestial", "atrocidades",
"talón de hierro", "tiranía sangrienta", "pueblos libres del mundo",
"marchar hombro a hombro"- se tiene el extraño sentimiento de no estar
viendo a un ser humano vivo sino a una especie de maniquí: un
sentimiento que se torna más intenso en los momentos en que la luz
ilumina los anteojos del orador y se ven como discos vacíos detrás de
los cuales no parece haber ojos. Y esto no es del todo imaginario. Un
orador que emplea esa fraseología ha tomado distancia de sí mismo y se
ha convertido en una máquina. De su laringe salen los ruidos apropiados,
pero su cerebro no está comprometido como lo estaría si eligiese sus
palabras por sí mismo. Si el discurso que está haciendo es un discurso
que acostumbra hacer una y otra vez, puede ser casi inconsciente de lo
que está diciendo, como quien entona letanías en la iglesia. Y este
reducido estado de conciencia, aunque no es indispensable, es de todos
modos favorable para la conformidad política.
En nuestra época, el lenguaje y los escritos
políticos son ante todo una defensa de lo indefendible. Cosas como "la
continuación del dominio británico en la India ", "las purgas y
deportaciones rusas", "el lanzamiento de las bombas atómicas en Japón",
se pueden defender, por cierto, pero sólo con argumentos que son
demasiado brutales para la mayoría de las personas, y que son
incompatibles con los fines que profesan los partidos políticos. Por
tanto, el lenguaje político está plagado de eufemismos, peticiones de
principio y vaguedades oscuras. Se bombardean poblados indefensos desde
el aire, sus habitantes son arrastrados al campo por la fuerza, se
abalea al ganado, se arrasan las chozas con balas incendiarias: y a esto
se le llama "pacificación". Se despoja a millones de campesinos de sus
tierras y se los lanza a los caminos sin nada más de lo que puedan
cargar a sus espaldas: y a esto se le llama "traslado de población" o
"rectificación de las fronteras". Se encarcela sin juicio a la gente
durante años, o se le dispara en la nuca o se la manda a morir de
escorbuto en los campamentos madereros del Ártico: y a esto se le llama
"eliminación de elementos no dignos de confianza". Dicha fraseología es
necesaria cuando se quiere nombrar las cosas sin evocar sus imágenes
mentales. Veamos, por ejemplo, a un cómodo profesor inglés que defiende
el totalitarismo ruso. No puede decir francamente: "Creo en el asesinato
de los opositores cuando se pueden obtener buenos resultados
asesinándolos". Por consiguiente, quizá diga algo como esto:
Aunque aceptamos libremente que el régimen
soviético exhibe ciertos rasgos que un humanista se inclinaría a
deplorar, creo que debemos aceptar que cierto recorte de los derechos de
la oposición política es una consecuencia inevitable de los períodos de
transición, y que los rigores que el pueblo ruso ha tenido que soportar
han sido ampliamente justificados en la esfera de las realizaciones
concretas.
El estilo inflado es en sí mismo un tipo de
eufemismo. Una masa de palabras latinas cae sobre los hechos como nieve
blanda, borra los contornos y sepulta todos los detalles. El gran
enemigo del lenguaje claro es la falta de sinceridad. Cuando hay una
brecha entre los objetivos reales y los declarados, se emplean casi
instintivamente palabras largas y modismos desgastados, como un pulpo
que expulsa tinta para ocultarse. En nuestra época no es posible
"mantenerse alejado de la política". Todos los problemas son problemas
políticos, y la política es una masa de mentiras, evasiones, locura,
odio y esquizofrenia. Cuando la atmósfera general es perjudicial, el
lenguaje debe padecer. Podría conjeturar -una suposición que no puedo
confirmar con mis insuficientes conocimientos- que los lenguajes alemán,
ruso e italiano se deterioraron en los últimos diez o quince años como
resultado de la dictadura.
Pero si el pensamiento corrompe el lenguaje, el
lenguaje también puede corromper el pensamiento. Un mal uso se puede
difundir por tradición e imitación aun entre personas que deberían saber
y obrar mejor. El lenguaje degradado que he examinado es, en cierta
forma, muy conveniente. Expresiones como "un supuesto no
injustificable", "una consideración que siempre debemos tener en mente",
dejan mucho que desear, no cumplen un buen propósito, son una tentación
continua, una caja de aspirinas siempre al alcance de la mano. Relea
este ensayo, y con toda seguridad encontrará que una y otra vez he
cometido las mismas faltas contra las que he protestado. En el correo de
esta mañana recibí un panfleto sobre las condiciones en Alemania. El
autor me decía que se "sintió impelido" a escribirlo. Lo abrí al azar y
ésta es la primera frase que leí: " [Los Aliados] no sólo tienen la
oportunidad de lograr una transformación radical de la estructura social
y política de Alemania de tal manera que eviten una reacción
nacionalista en la misma Alemania, sino que al mismo tiempo pueden
sentar los fundamentos de una Europa cooperativa y unificada". Cuando se
lee que se "sintió impelido" a escribir es de presumir que tiene algo
nuevo que decir, pero sus palabras, como corceles de caballería que
responden al clarín, se juntan automáticamente en una alineación
monótonamente familiar. Esta invasión de la mente por frases hechas
("sentar los fundamentos", "lograr una transformación radical") sólo se
puede evitar si se está continuamente en guardia contra ellas, y cada
una de esas frases anestesia una parte del cerebro.
Dije antes que la decadencia de nuestro lenguaje es
remediable. Quienes lo niegan argumentarían, en caso de que pudieran
elaborar un argumento, que el lenguaje simplemente refleja las
condiciones sociales existentes, y que no podemos influir en su
desarrollo directamente, jugando con palabras y construcciones. Así
puede suceder con el tono o espíritu general de un lenguaje, pero no es
verdad para sus detalles. Las palabras y las expresiones necias suelen
desaparecer, no mediante un proceso evolutivo sino a causa de la acción
consciente de una minoría. Dos ejemplos recientes: "explorar todas las
avenidas" y "no dejar piedra sobre piedra", que fueron liquidadas por
las burlas de algunos periodistas. Hay una larga lista de metáforas
corruptas que también desaparecerían si un buen número de personas se
empeñara en esa tarea; y debería ser posible burlarse de la expresión
"no informe" hasta que deje de existir, reducir la cantidad de latín y
griego en la frase promedio, excluir las locuciones extranjeras y las
palabras científicas erróneas, y, en general, lograr que el tono
pretencioso pase de moda. Pero todos éstos son puntos menores. La
defensa del lenguaje inglés implica más que esto, y quizás es mejor
empezar diciendo lo que no implica.
Para empezar, nada tiene que ver con el arcaísmo,
con la preservación de palabras y giros obsoletos del lenguaje, ni con
la exaltación de un "inglés estándar" del que nunca deberíamos
apartarnos. Por el contrario, se trata de desechar toda palabra o
modismo que se ha desgastado y perdido su utilidad. Nada tiene que ver
con la gramática ni con la sintaxis correctas, que carecen de
importancia cuando se expresa claramente el significado, ni con la
eliminación de los americanismos, ni con tener lo que se denomina una
"buena prosa". Por otra parte, no se trata de fingir una falsa
simplicidad ni de escribir en inglés coloquial. Ni siquiera implica
preferir en todos los casos la palabra sajona a la latina, aunque sí
implica usar el menor número de palabras, y las más breves, que cubra el
significado. Lo que se necesita, por encima de todo, es dejar que el
significado elija la palabra y no al revés. En prosa, lo peor que se
puede hacer con las palabras es rendirse a ellas. Cuando usted piensa en
un objeto concreto, piensa sin palabras, y luego, si quiere describir
lo que ha visualizado, quizá busque hasta encontrar las palabras exactas
que concuerdan con ese objeto. Cuando piensa en algo abstracto se
inclina más a usar palabras desde el comienzo, y salvo que haga un
esfuerzo consciente para evitarlo, el dialecto existente vendrá de golpe
y hará la tarea por usted, a expensas de confundir e incluso alterar su
significado. Quizá sea mejor que evite usar palabras en la medida de lo
posible y logre un significado tan claro como pueda mediante imágenes y
sensaciones. Después puede elegir -y no simplemente aceptar- las
expresiones que cubran mejor el significado, y luego ponerse en el lugar
del lector y decidir qué impresiones producen en él las palabras que ha
elegido. Este último esfuerzo de la mente suprime todas las imágenes
desgastadas o confusas, todas las frases prefabricadas, las repeticiones
innecesarias, y las trampas y vaguedades. Pero a menudo usted puede
tener dudas sobre el efecto de una palabra o una expresión, y necesita
reglas en las que pueda confiar cuando falla el instinto. Pienso que las
reglas siguientes cubren la mayoría de los casos:
Nunca use una metáfora, un símil u otra figura gramatical que suela ver impresa.
Nunca use una palabra larga donde pueda usar una corta.
Si es posible suprimir una palabra, suprímala.
Nunca use la voz pasiva cuando pueda usar la voz activa.
Nunca use una locución extranjera, una palabra
científica o un término de jerga si puede encontrar un equivalente del
inglés cotidiano.
Rompa cualquiera de estas reglas antes de decir un barbarismo.
Estas reglas parecen elementales, y lo son, pero
exigen un profundo cambio de actitud en todos aquellos que se han
acostumbrado a escribir en el estilo que hoy está de moda. Uno puede
cumplir todas ellas y aun así escribir un mal inglés, pero no podría
escribir el tipo de banalidades que cité en esos cinco especimenes al
comienzo de este artículo.
Aquí no he examinado el uso literario del lenguaje,
tan sólo el lenguaje como instrumento para expresar y no para ocultar o
evitar el pensamiento. Stuart Chase y otros han llegado a pretender que
todas las palabras abstractas carecen de sentido, y han usado esto como
pretexto para defender una especie de quietismo político. Si no sabe
qué es el fascismo, ¿cómo puede luchar contra el fascismo? Uno no tiene
que tragarse absurdos como éste, pero ha de reconocer que el actual caos
político está ligado a la decadencia del lenguaje y que quizá puede
aportar alguna mejora empezando por el aspecto verbal. Si simplifica su
inglés, se libera de las peores tonterías de la ortodoxia. No puede
hablar ninguno de los dialectos necesarios, y cuando haga un comentario
estúpido su estupidez se tornará obvia, aun para usted mismo. El
lenguaje político -y, con variaciones, esto es verdad para todos los
partidos políticos, desde los conservadores hasta los anarquistas- es
construido para lograr que las mentiras parezcan verdaderas y el
asesinato respetable, y para dar una apariencia de solidez al mero
viento. Uno no puede cambiar esto en un instante, pero puede cambiar los
hábitos personales, y de vez en cuando puede incluso, si se burla en
voz bastante alta, lanzar alguna frase trillada e inútil -alguna bota
militar, un talón de Aquiles, un crisol, una prueba ácida, un verdadero
infierno, o algún otro desecho o residuo verbal- a la basura, al lugar a
donde pertenece.
* Epochmaking, en el original. Aunque en castellano
esta expresión no es un adjetivo, se eligió este neobarbarismo de uso
frecuente en algunas traducciones de textos ingleses de historia y
sociología de la ciencia.
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